Tomás la bicicleta y empezás a pedalear. El bullicio de la ciudad se va perdiendo y ya empezás a sentir la brisa de los árboles de Parque Lezama. Seguís el recorrido en búsqueda del amarillo y azul. La gente charla en la calle y los chicos juegan a la pelota en la vereda. Estás en La Boca, el barrio de las pasiones. La bombonera está vacía, pero te imaginás la fiesta que debe ser cuando los xeneizes ganan un partido.
Llegás a Caminito, ese colorido museo a cielo abierto pensado y proyectado por Benito Quinquela Martín. El arte pulula en todas partes: las parejas bailan tango en la calle, los artistas pintan, los músicos acompañan. Probás un mate y comés un alfajor mirando la costanera. Es difícil creer que en esa zona lindera con el río Riachuelo, supo ser hace unos 120 años, el puerto principal de la ciudad.
Te subís a la bici, y seguís hasta Puerto Madero. Atrás queda el barrio de inmigrantes, y se abren paso los edificios altos y vidriados. La gente camina frenética con sus trajes y entendés porque le dicen a Buenos Aires “la ciudad de la furia”.
En medio de esa jungla de cemento hay un oasis verde. Pedaleás hasta la reserva ecológica, esa que evoca a este lugar antes de que llegaran los humanos. Los bocinazos se pierden y escuchás los sonidos de las aves y del río. Ahora si que podés respirar Buenos Aires.
Pero los misterios del microcentro te llaman, y vamos al último punto de nuestro recorrido: la imponente e histórica Plaza de Mayo. Es el sitio fundacional de nuestra ciudad y fue testigo de casi todos los capítulos de la historia argentina.
Más de 500 años entran en una sola mirada: la catedral, el cabildo y la casa rosada.
Un pequeño paseo en bicicleta, un gran viaje en el tiempo.